10 de agosto de 2011

Condicionamiento clásico.

El perro de Paulov


















































































¿Has observado alguna vez que cuando tienes ante ti una comida apetitosa, empiezas a salivar? ¿A veces te ha ocurrido que con sólo hablar de comida "se te ha hecho la boca agua"
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Pavlov, médico ruso, observó casualmente que a los perros que tenía en su laboratorio, les bastaba oír los pasos de la persona que les traía la comida para comenzar a salivar y a segregar jugos gástricos; es decir, parecía que los perros habían aprendido a anticipar la comida.
Pavlov comenzó a estudiar este intrigante fenómeno y se preguntó si cualquier otro estímulo, por ejemplo el sonido de una campana, podía provocar la salivación si se unía a la presentación de la comida.
!Y así fue! Tras varios días repitiéndose la secuencia sonido de la campana-presentación de la comida, el perro comenzó a salivar sólo con escuchar el sonido de la campana, AUNQUE NO HUBIERA COMIDA.


¿Por qué ocurre esto? Porque se ha producido una asociación entre dos estímulos que, en principio, no tenían relación ninguna: el perro HA APRENDIDO y se ha conseguido a través de un entrenamiento organizado de la siguiente manera:
ANTES DEL ENTRENAMIENTO: COMIDA = SALIVACIÓN
                                                         RUIDO = NO HAY RESPUESTA

ENTRENAMIENTO: SONIDO DE LA CAMPANA + COMIDA = SALIVACIÓN

DESPUÉS DEL ENTRENAMIENTO: SONIDO DE LA CAMPANA  = SALIVACIÓN




Podríamos considerar que, a veces, los científicos se comportan de una manera trivial, ¿a qué juegan? ¿qué importancia tiene enseñar a un perro a salivar cuando oye una campana?
Bien, pues estos experimentos darían lugar a una teoría conocida como CONDICIONAMIENTO CLÁSICO que posteriormente aportaría parte del fundamento teórico del CONDUCTISMO, escuela psicológica que pretende explicar y predecir la conducta y que aporta luz sobre muchos de los aprendizajes no sólo en los perros, también en los humanos.
Gran parte de nuestras conductas son aprendidas y en numerosas ocasiones se aprenden por condicionamiento, es decir, descubrimos que lo que hacemos tiene consecuencias positivas o negativas y somos capaces de anticipar dichas consecuencias y, de acuerdo con ello, modelar nuestra forma de comportarnos.
Por ejemplo, si no conseguimos aprobar el curso, probablemente esto nos produzca insatisfacción, problemas familiares y nos impida disfrutar del ansiado verano, por tanto, aunque quizás nuestra tendencia natural sea hacia la vagancia (todos los organismos tienden al mínimo consumo de energía), consigamos modificar nuestra conducta para lograr resultados más satisfactorios.
Y no sólo influimos sobre nosotros mismos sino también sobre la forma de comportarse de los demás; y esto es objetivo no sólo de psicólogos y profesores, también de padres, hijos, amantes, amigos... y en muy especial medida la de nuestras mascotas. En la vida hay circunstancias que escapan a nuestro control pero, sin embargo, hay otras muchas en las que lo que ocurre es el resultado directo de cómo nos comportamos. Es preciso saber qué puede estar bajo nuestro control e intentar influir sobre ello.
El ser humano no es un organismo predestinado desde su nacimiento, no tiene una personalidad innata, sino que a lo largo de su experiencia vital va aprendiendo una forma de ser, de actuar, de pensar, y todo ello va a ser consecuencia, entre otras cosas, de los refuerzos positivos y negativos que recibe, de los castigos, de lo que observa en los demás y muy importante: de sus propias decisiones.

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