13 de agosto de 2011

COLY

Un collie color dorado, esquivo y de antigua belleza, se hizo famoso al trascender como protagonista de una historia de fidelidad sin límites. Desde hace cinco años no se mueve del cementerio La Piedad, donde llegó el día en que sepultaron a su dueño. Amores perros. Vínculos indestructibles.
Es casi el mediodía y en la escalinata de la llamada área nueva del cementerio La Piedad, Provincias Unidas 2700, duermen cuatro perros que llegaron desde la calle. “Canelón, Chiquita, Orejudo y Sin Nombre, el que ustedes buscan, el que tiene historia, está allá, solo”, explica Domingo Lombardo, administrativo del lugar y asumido cuidador de Collie, que conservó como propio el nombre de su raza.
Collie miró con indolencia, se incorporó, dio un breve rodeo para encontrar la inmensa puerta de entrada y cruzó con trote cansino al área vieja del cementerio. “Así hace, no se relaciona, no se deja tocar por nadie, ahora se fue para donde estaba la tumba de su amo”, relatan Claudio, Elena y Eduardo, empleados de la necrópolis.

Historia de amor. Collie llegó a La Piedad hace unos cinco años, el mismo día en que sepultaron a su amo. Esa noche se quedó junto a la tumba y al día siguiente, cuando los familiares vinieron por él, no hubo forma de llevarlo. Hubo unos días de pausa y regresaron, en este caso con una soga.
“Vino el hijo de la persona fallecida, intentó atraparlo con una soga pero el perro escapó hasta el fondo y no hubo manera de sacarlo de acá”, recuerda Lombardo, que lleva 30 años trabajando en el lugar y se ocupa personalmente de alimentar a Collie todas las mañanas, al igual que al resto de los perritos callejeros que eligieron el cementerio como residencia.
Según el hombre, ese es el único momento del día en que Collie da  muestras de afecto. Una vez concluido el desayuno, el perro se pierde durante horas, deambula o se recuesta en los alrededores de la que fuera la tumba de su amo.
“Dicen que al dueño lo cremaron y que eso lo desorientó, sigue viniendo a este sector donde comenzó todo”, dice Eduardo Visconti, citando una versión que circuló entre el personal de La Piedad. “Ahora duerme la siesta en el lugar cercano a la tumba y el resto del tiempo se queda cerca de las oficinas de entrada”, comenta.
Antes que Domingo, a Collie lo cuidó Miguel Landriel, capataz del lugar ahora jubilado, quien le pasó la posta. “Yo quería hacerme amigo, pero se iba corriendo, no me dejaba ni acercar”, recuerda y cuenta que hasta su esposa está involucrada en la historia. “Anoche preparó arroz con menudos de pollo que me regalaron y les traje a todos los perritos”.

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