Un niño y un perro | ||
D. Antonio Pozuelos J. de Cisneros | ||
Un
perro, en palabras de Javier Manteca, es un lobo que nunca alcanzará
la madurez. Un niño, es un cachorro de homínido evolucionado que tarda
casi dos décadas en conseguirlo. Ya que ambas especies estamos de
alguna forma, unidos en la Evolución y que nos atan unos lazos
superior al de cualquier otra veamos, en este pequeño cuento de
Navidad, la realidad de la crianza conjunta de ambos cachorros.
Cuando el nuestro empiece a
andar, el otro estará meando contra los árboles acabada su fase
juvenil. Los instintos filogenéticos del perro en ese periodo, se
habrán desarrollado con más celeridad que los del hombrecito. El
imprinting del can terminará antes que el del niño, el perro estará
jerarquizado antes de que el pequeño vaya a la guardería y así,
aparecerán un sinfín de desigualdades cronológicas en la crianza de
ambos cachorros.
En países de cultura occidental,
los Reyes Magos, Papá Noel o Santa Claus regalan cada vez con mas
frecuencia, cachorros de perro a las familias recién visitadas por la
cigüeña, con la sana intención de que se críen juntos; ¡que relación
tan bonita y peligrosa para ambos mamíferos!.
Estamos en el seno de una familia
media como la del autor o como la suya, lector. Papá, líder biológico
por cuestiones de Testosterona y paternidad. Mamá, líder del
territorio por rango y progestágenos. Hay un hijo de tres años que,
como todos a su edad, es un pequeño tirano que demanda constantemente,
recurso y juego de sus progenitores. En medio de esta "manada"
aparecen simultáneamente, un cachorrito de perro y un hombre recién
nacido. El primero, en tan solo 7 semanas, aprende a alejarse de Papá
cuando está malhumorado, a buscar a Mamá cuando tiene hambre y a huir
sistemáticamente de la fuente de conflictos que representa el tirano.
El segundo, en ese tiempo, solo aprender a llorar con fuerza, para
solicitar mas cuidados parentales de los que realmente necesita.
El perro le ha mordido al tirano
El cachorro ignora olímpicamente al
pequeño humano que pasa el día entre los brazos de Mamá y la "caja"
donde descansa de no hacer nada. El otro hombrecito es el peligroso.
Trata de sacarle un ojo con el afán cognitivo de averiguar que hay
detrás, le introduce un palo en la oreja con el propósito de dejarlo
sordo e incluso, le disputa el juguete o golosina que ambos
especímenes se niegan a compartir. En el fragor de la batalla, el perro
resulta aporreado y el niño mordisqueado. ¿Cómo te has atrevido a morder a Juanito?.
El médico de urgencias aprecia unos inexplicables pinchazos en la
delicada piel del tirano pero Papá, le aclara que su hijo ha sido
mordido por un perro. ¡Drama social!.
El perro asusta al cartero
Han pasado cuatro meses. El bebé ya
comienza a retorcer la oreja del perro cuando este se pone a su
alcance. El tirano ha aprendido a no entrar en el cuerpo a cuerpo con
el cachorro ya que este último ha desarrollado mucha habilidad en el
combate mientras el humano solo ha aprendido a barajar la ecuación
costes-beneficios. No obstante parece que se llevan mejor. Sus
relaciones de jerarquía son mas adecuadas y la comunicación
interespecífica se hace cada día mas fluida. Los dos aprenden a
convivir y a desarrollar juntos los instintos lúdico-gregarios que
todos los cachorros de mamífero poseen.
El cachorro ha aprendido cual es su
sitio en la manada respecto a los líderes adultos y al informal
tirano. El territorio inicial se amplía con el jardín. Un mundo de
olores lo hacen irresistible para él y trata de permanecer allí, todo
el tiempo que puede
Solo tiene un problema sin
resolver. Periódicamente, un humano trastea en la valla y luego se va.
El cachorro ya ha desarrollado la defensa territorial y no acepta el
que, un buen día, el humano se empeñe en manipular algo que el perro
considera propiedad de la manada. El portillo está abierto y el
cachorro, con mas miedo que decisión, corre hacia él mientras ladra con
un gruñido que apenas le sale del cuello. El hombre sale disparado y
le cuenta al policía del barrio que un perro enfurecido ha tratado de
destrozarlo. ¡Drama social!.
El perro mea el Prunus de Papá
Otros cuatro
meses transcurren para la "feliz manada". El bebé comienza a andar y,
por supuesto, considera que el mejor taca-taca es el cachorro. Los
mechones de pelo que le arranca cubren el suelo y Mamá se enfada como
si el perro los tirara voluntariamente.
Papá se dirige a él y le habla como
si realmente lo entendiera. El tirano discute y pelea con el cachorro
a brazo partido. Ya no hay problemas de lesiones en la batalla porque
el perro, no solo considera que el hombrecito lleva siempre la razón,
sino que encima, se la da.
El cachorro ya ve al tirano como a
un pequeño líder y no está dispuesto, bajo ningún concepto, a
enfrentarse con un aprendiz de hombre que, aparte de ser su amigo, es
inteligente y con una capacidad infinita de inventar desastres de los
que luego él será el responsable.
Últimamente, ha aprendido a
levantar la pata para orinar sobre todo, cuando una perrilla, de la
casa vecina, se pasea cerca de la valla. Siente una necesidad
imperiosa de evacuar sus feromonas y marcar el territorio. Para este
fin, nada mejor que un arbolito que Papá sembró recientemente en el
jardín aunque la consecuencia es que el Prunus acaba secándose.
Mamá comenta en su círculo de
amistades, un artículo que ha leído recientemente en el que
especifican que la micción y/o defecación inadecuada es la segunda
causa de eutanasia canina. ¡Mi perro acabará dejándonos sin jardín! ¡Drama social!.
El perro es un buen amigo de mis hijos
Después de unos meses, vuelve la
Navidad. El Bebé cumple un año, ya anda solo y sabe el nombre del
perro. Trastea los ojos, boca y orejas del animal pero con menos saña
que el tirano. El perro lo lame desarrollando de esa forma, un
ancestral rito social, lo cuida como a un cachorrito de su especie y,
sobre todo, le aguanta mas faenas que a un congénere.
Papá disfruta con su compañía y
Mamá ha dejado de temer a los delincuentes callejeros cuando pasea con
él por la calle. ¡Tiene a su perro para defenderla!. ¡Estoy segura que se dejaría matar por mí!.
El pequeño tirano y el perro han
firmado un pacto de no agresión y respeto mutuo. El segundo participa
de buen grado en todas las trastadas de su amigo aceptando encantado,
el castigo inherente, con culpa o sin ella.
El cartero se ha reconciliado con
"la fiera" y cuenta a sus amigos, como el perrazo mueve la cola
mientras él manipula el buzón de la valla.
Las ratas han abandonado el garaje y la puerta de la calle siempre está entornada. ¡En casa está nuestro perro!.
Al cabo de varias Navidades, se
publica un estudio sobre la influencia positiva de los perros en la
cría y educación de los niños. Papá lo lee mientras, con aire
despectivo sentencia: ¡eso ya lo sabía yo!. Mamá asiente con
la cabeza y el tirano busca, con la mirada, la de su viejo amigo. El
perro mientras tanto, lame las costras de las heridas del más pequeño de
la casa.
He descrito, en este pequeño
cuento, las situaciones corrientes en millones de bondadosas familias,
que todos los años y, en cualquier lugar del mundo, aceptan un
cachorrito como compañero de sus hijos.
Evidentemente y, según estadísticas
recientes de sociólogos estadounidenses, la presencia de un perro en
la vida de un niño, parece que disminuye las tendencias a las futuras
desviaciones de conducta, neurosis y depresión. Lo creo a pié
juntillas pero....¿no será que las familias que adoptan a un perro
tienen una capacidad para educar a sus hijos superior que aquellas en
la que la convivencia con otra especie solo representa un grave
problema?.
No sería imparcial si no aceptase
el hecho de que hay perros que, por genética o manipulación, son
capaces de poner en peligro la integridad física de los humanos.
También asumo que, entre los hombres, hay especímenes que no respetan
ni el derecho a la vida de los demás. De todas formas y, más aún en
Navidad, sigo creyendo en el ser humano y en mis perros.
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29 de mayo de 2013
Un niño y un perro
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